La eguzkilore es una flor grande, seca, de aspecto pajizo, cuya forma nos recuerda a un sol en llamas. Con frecuencia decora las puertas y dinteles de nuestros caseríos y viviendas, y también ha sido adoptada más modernamente como elemento decorativo de establecimientos públicos o de los hogares. Para definirla en términos más precisos digamos que la eguzkilore, sorginlore, kardulatza o kardusantue, que de todas estas formas se la conoce, es en realidad cardo silvestre que nace en las zonas altas de montaña a principios de otoño.
Es muy posible que el nombre de eguzkilore derive de los cultos solares que en el neolítico se dieron en nuestro territorio, si bien carecemos de datos para entrar en mayores detalles. Pero el hecho de que esta flor posea tan exótica denominación, su utilización como elemento ornamental en el arte popular vasco, y la pervivencia de la colocación de abrojo en las puertas de nuestros caseríos nos anima a reflexionar sobre temas y mitos que penetran más hondamente que el fenómeno de las lamias y las brujas.
La costumbre de poner una flor de cardo en la puerta de los hogares para ahuyentar a los espíritus disolventes fue bastante común en toda la franja pirenaica. La explicación más usual es la siguiente: las brujas, al acercarse a la casa en la oscuridad de la noche, confunden la eguzkilore con el sol y corren a refugiarse en sus covachas temiendo que el despuntar del día las sorprenda a la intemperie. También he oído otra versión según la cual es la curiosidad lo que pierde a las brujas: una vez que las sorginas llegan a la entrada de un caserío, descubren la flor colgada y no pueden resistir la tentación de contar uno a uno todos los pelillos del cardo, y en esas se les va la noche entera sin haber franqueado la puerta, con lo que al alba deben huir si no quieren que la luz del sol las traicione. Interpretación idéntica a la que en Brasil justifica que en las puertas de las casas se cuelgue un manojo de corbatas: las brujas antes de entrar se ponen a contar sus hilos, lo que les lleva toda la noche. Sea como fuere, interesa sobre todo subrayar que al cardo está unida la cualidad de protección contra los malos espíritus.
Asimismo, en la antigua China el cardo formaba parte de la dieta cotidiana, al considerarse que su ingestión aseguraba la longevidad: esta creencia posiblemente tenga su razón de ser en que esta flor, una vez seca, puede conservarse de forma casi indefinida sin perderse.
Cultos solares
Decía José Miguel de Barandiarán que una de las últimas pervivencias de los antiguos cultos solares es la práctica, que ha llegado hasta nuestros días, de orientar los edificios para que su fachada principal mire hacia el Este. No en vano encontraremos que respetan esta misma orientación las chozas de los pastores o los primeros templos cristianos construidos en Euskal Herria. Incluso se solía decir que cuando las chabolas de los pastores estaban correctamente orientadas eran “más saludables para el pastor”.
Otro tanto vale para las sepulturas medievales: se orientaban de este a oeste, con la cabeza del difundo en el lado occidental y los pies en el oriental. También los dólmenes neolíticos se hallan en esa posición, que según el Sabio de Ataun “debió responder a las mismas creencias y mitos solares que en otros países”.
Otros restos de los ancestrales cultos solares, además de la eguzkilore o la orientación solar, se han mantenido hasta nuestros días a través de las fiestas y rituales solsticiales, si bien recubiertos de distintos sincretismos, como en el caso de las festividades de san Juan, Carnaval o san Miguel, por ejemplo.
ETNOLOGO Y ANTROPÓLOGO ANTXON AGURRE SORONDO